Alemania mantiene el rumbo de su abandono de la energía nuclear a pesar de la crisis energética: el país desconectará el próximo sábado sus tres últimos reactores y apuesta por el éxito de una transición ecológica sin energía atómica.
A orillas del río Neckar, no lejos de Stuttgart, el vapor blanco que escapaba de la central nuclear de Baden-Württemberg pronto será un recuerdo.
Lo mismo cabe decir, más al este, del complejo bávaro Isar 2 y del complejo de Emsland (norte), en el otro extremo del país, no lejos de la frontera holandesa.
Mientras muchos países occidentales dependen de la energía nuclear, la mayor economía de Europa pasa página. Aunque el tema haya seguido siendo controvertido hasta el final.
Alemania está aplicando la decisión de abandonar progresivamente la energía nuclear tomada en 2002 y acelerada por Angela Merkel en 2011, tras la catástrofe de Fukushima.
Fukushima demostró que «incluso en un país de alta tecnología como Japón, los riesgos asociados a la energía nuclear no pueden controlarse al 100%», justificó entonces la ex canciller.
El anuncio convenció a la opinión pública de un país en el que el poderoso movimiento antinuclear se vio alimentado inicialmente por el temor a un conflicto de Guerra Fría, y después por accidentes como el de Chernóbil.
La invasión de Ucrania el 24 de febrero de 2022 podría haberlo puesto todo en entredicho: privada del gas ruso, cuyo flujo fue esencialmente interrumpido por Moscú, Alemania se vio expuesta a los peores escenarios posibles, desde el riesgo de que sus fábricas se paralizaran hasta el de quedarse sin calefacción en pleno invierno.
A pocos meses de la fecha límite inicial para el cierre de los tres últimos reactores, el 31 de diciembre, la marea de la opinión pública empezó a girar: «Con los altos precios de la energía y la candente cuestión del cambio climático, hubo por supuesto llamamientos a prorrogar las centrales», dice Jochen Winkler, alcalde de Neckarwestheim, donde la central del mismo nombre vive sus últimos días.
El gobierno de Olaf Scholz, en el que participa el Partido Verde, el más hostil a la energía nuclear, decidió finalmente prorrogar el funcionamiento de los reactores para asegurar el suministro. Hasta el 15 de abril.
«Podría haber habido un nuevo debate si el invierno hubiera sido más difícil, si hubiera habido cortes de electricidad y escasez de gas. Pero hemos pasado un invierno sin demasiados problemas», gracias a la importación masiva de gas natural licuado, señala Winkler.
Para el alcalde de esta localidad de 4 000 habitantes, más de 150 de los cuales trabajan en la central, «la rueda ya ha girado» y no había tiempo para «volver atrás».
Desde 2003 se han cerrado dieciséis reactores. Las tres últimas centrales suministraron el año pasado el 6% de la energía del país, frente al 30,8% de 1997.
Mientras tanto, el porcentaje de energías renovables en el mix de generación ha aumentado hasta el 46% en 2022, frente a menos del 25% una década antes.
Crecimiento insuficiente de las renovables
Sin embargo, el ritmo actual de avance de las renovables no satisface ni al Gobierno ni a los ecologistas, y Alemania no cumplirá sus objetivos climáticos sin un serio impulso.
Estos objetivos «ya son ambiciosos sin el abandono de la energía nuclear, y cada vez que te privas de una opción tecnológica, dificultas más las cosas», señala Georg Zachmann, experto en energía del think tank bruselense Bruegel.
La ecuación es aún más compleja si se tiene en cuenta el objetivo de cerrar todas las centrales de carbón del país antes de 2038, muchas de ellas antes de 2030.
El carbón sigue representando un tercio de la producción eléctrica alemana, con un aumento del 8% el año pasado para compensar la ausencia de gas ruso.
Alemania necesita instalar «de cuatro a cinco aerogeneradores cada día» en los próximos años para cubrir sus necesidades, advirtió Olaf Scholz. Es mucho pedir en comparación con las 551 unidades instaladas en 2022.
Una serie de flexibilizaciones normativas aprobadas en los últimos meses deberían acelerar el ritmo. «El proceso de planificación y aprobación de un proyecto eólico dura una media de cuatro a cinco años», según la federación del sector (BWE), para la que ganar uno o dos años ya sería «un progreso considerable».