Entre las amenazas de aranceles y las advertencias contra el narco en territorio mexicano no es para menos que la atención de los mercados esté puesta en los dichos del próximo presidente de Estados Unidos.
Por eso, cuando Donald Trump no dice nada tres días, el peso tiene tres días de apreciación frente al dólar.
Con la atención puesta en las políticas del siguiente gobierno de Estados Unidos, parecería que todo el resto de los problemas que México enfrenta habrían desaparecido, pero no es así, simplemente se acumulan.
Hay una decadencia en los niveles de confianza en la economía mexicana como destino de inversión por los cambios autoritarios emprendidos por este régimen.
No pasa desapercibida ni se olvida con el tiempo la realidad de que hoy México es un país menos democrático, que perdió su división de poderes; menos institucional, que ha decidido borrar los controles independientes del ejercicio público y menos confiable en sus procesos democráticos, por el uso faccioso de los programas sociales y el control de las autoridades electorales.
Si el “problema Trump” se destapó el 5 de noviembre con el triunfo del republicano, el problema de confianza en las instituciones mexicanas derivó de las elecciones del 2 de junio y no del resultado presidencial, sino de la manera como forzaron una mayoría calificada inexistente.
Pero antes de esas consecuencias de los procesos electorales en ambos países, México ya enfrentaba un problema macroeconómico que hoy está en el centro de las preocupaciones financieras.
Los desbalances fiscales, el nivel de deuda, las bajas expectativas de crecimiento hacen cuestionable el plan de corrección fiscal que se busca ejecutar a partir del 2025.
Descompusieron la salud de la economía en este 2024 con fines electorales, pero no lograron un impulso económico y ahora que hay que corregir, hay pocos recursos para ello.
Pero antes de los problemas políticos y presupuestales había otro gran tema que era la bomba de tiempo de la economía mexicana, que no por estar olvidada en la discusión nacional se ha eliminado.
Petróleos Mexicanos (Pemex) se mantiene como la bomba de tiempo que puede costarle a México el grado de inversión, por más que se hayan puesto a su disposición las arcas abiertas del erario.
Pemex no sólo se mantiene como la empresa petrolera más endeudada del mundo, sino que tiene un pasivo con sus acreedores que, de acuerdo con los mejores expertos del sector energético de nuestro país, está a punto de estallar la próxima semana.
Esa empresa que perdió su estatus de productiva del Estado debe una cantidad obscena a sus proveedores, más de 20,000 millones de dólares.
Les habían prometido a muchos de las empresas que prestan servicios a Pemex que en agosto les pagarían al menos una parte de las deudas y no fue así. Muchas se han apalancado para mantener sus operaciones, pero están al borde de cerrar.
En menos de una semana, algunas empresas extranjeras dedicadas a la extracción de crudo podrían dejar de bombear el petróleo y provocar una caída en los niveles nacionales de producción.
¿Presión o imposibilidad de operar? Como sea, sería un duro golpe para estas empresas, para Pemex y para las cifras económicas del país.
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