Un proyecto icónico de la energía solar acaba de declararse en quiebra. Su cierre revela qué tecnologías han ganado la batalla por la electricidad renovable a gran escala
La historia de una de las plantas termosolares más grandes del mundo acaba de llegar a su capítulo final. Tras una década intentando demostrar que la concentración solar podía competir con las tecnologías emergentes, el complejo de Ivanpah, situado en pleno desierto y levantado con tres torres que dominaban el paisaje, ha anunciado su quiebra. Con ello se confirma un cambio profundo en el sector: la transición hacia modelos más simples, más baratos y más fáciles de operar.
Un gigante energético que no pudo cumplir sus propias promesas

Cuando se inauguró en 2014, Ivanpah se presentó como un símbolo de una nueva era. Sus torres de 140 metros, los más de 170.000 heliostatos que cubrían kilómetros de desierto y una potencia bruta cercana a los 400 MW formaban parte de un plan para demostrar que la termosolar podría ofrecer energía limpia, constante y de alta capacidad. La apuesta contaba, además, con un respaldo enorme: más de dos mil millones de dólares de inversión y un préstamo federal que explicaba el interés político por que aquel modelo funcionara.
Sin embargo, desde los primeros años de operación empezaron a aparecer grietas. Lo que debía ser un sistema capaz de almacenar calor suficiente para producir electricidad incluso después de la puesta de sol quedó limitado por el propio diseño. Las torres necesitaban temperaturas muy concretas para funcionar y, en momentos clave, hubo que recurrir al gas natural para alcanzar los niveles necesarios. Era un contratiempo técnico, pero también un golpe para una planta que había defendido su capacidad para generar energía sin apoyo externo.
A medida que avanzaban los años, la lista de desafíos crecía. Los heliostatos, que debían alinearse con precisión milimétrica para dirigir la luz hacia lo alto de las torres receptoras, requerían un mantenimiento constante. Cualquier desviación, fallo de calibración o incidencia en el sistema se traducía en menos rendimiento y más gastos.
La infraestructura era espectacular pero también compleja, y esa complejidad se convirtió en su talón de Aquiles. En contraste con ella, las plantas fotovoltaicas comenzaban a crecer en tamaño y capacidad mientras sus costes caían a una velocidad que nadie había anticipado. Cada vez que la fotovoltaica bajaba de precio, Ivanpah tenía más difícil justificar sus costes de operación.
Un impacto ambiental inesperado que dañó su reputación

A los retos técnicos se sumó un problema que terminó afectando a la imagen del proyecto. A medida que se analizaba su funcionamiento, diversas organizaciones empezaron a alertar de un fenómeno que pronto se convertiría en un símbolo de la controversia: el efecto de los “puntos calientes” generados por los haces de luz sobre las aves que sobrevolaban la zona.
El resultado fue una estimación de miles de animales afectados cada año. Aquello actuó como un amplificador mediático y provocó un debate sobre si el proyecto había evaluado correctamente su impacto ambiental. No era el factor principal de su crisis económica, pero sí contribuyó a erosionar su credibilidad.
El cierre era cuestión de tiempo cuando la fotovoltaica, combinada con sistemas modernos de baterías, demostró no solo ser más barata, sino también más fácil de gestionar. Para un operador eléctrico, la diferencia entre mantener un campo de espejos móviles e instalar grandes superficies de paneles estáticos es significativa. Y esa diferencia terminó de desequilibrar la balanza.
La decisión definitiva llegó cuando Pacific Gas & Electric optó por rescindir los contratos de compra de energía. Para la compañía, abastecerse con fotovoltaica resultaba mucho más económico. Para Ivanpah, aquello significaba perder la base financiera que sostenía el proyecto. El acuerdo que selló la rescisión marcó también el inicio oficial de su desmantelamiento.
Qué queda ahora de un proyecto que aspiró a cambiar las reglas del juego
Aunque la planta cierra, el emplazamiento no quedará abandonado. La infraestructura de conexión a la red, el terreno disponible y la radiación solar del desierto permiten reconvertir parte del espacio en un gran campo fotovoltaico acompañado de almacenamiento con baterías. Es un giro radical respecto al planteamiento original, pero encaja con el escenario actual, donde la prioridad es la eficiencia y la sencillez operativa.
Esa transición funciona también como metáfora de la evolución del sector. La termosolar de concentración era una apuesta sofisticada que buscaba diferenciarse por su capacidad para almacenar energía térmica. Sin embargo, la combinación de paneles y baterías ha demostrado ser una solución más flexible, escalable y asequible. La industria ha seguido el camino marcado por los costes, y en ese terreno la fotovoltaica ha ganado por goleada.
Ivanpah queda como un ejemplo de ambición tecnológica que no logró adaptarse a la realidad del mercado. Su cierre subraya que, en energías renovables, las ideas más espectaculares no siempre son las más competitivas. La capacidad de reducir costes, simplificar la operación y mantener un rendimiento estable es, hoy, lo que decide el éxito de un proyecto.
[Fuente: Híbridos y Eléctricos]
Por Romina Fabbretti
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