Pemex no es la única petrolera del mundo que ha producido petróleo con alto contenido de agua y sal. Pero no está fácil encontrar precedentes de petroleras que hayan querido entregarle crudo a sus clientes con muchas veces más agua que lo que permiten los estándares internacionales – seis, para ser preciso. ¿Qué explicaría que una compañía como Pemex envíe un producto que, al incumplir tan flagrantemente con las normas, está destinado a generar penalidades significativas o ser devuelto?
Quizás ha dejado de supervisar la calidad de su crudo en varias plataformas. Quizás consideró que iba a ser más costoso arreglar el problema que pagar los costos del incumplimiento. Quizás asumió, inexplicablemente, que sus contrapartes ni se iban a dar cuenta. Pero casi seguro pensó que no la iban a acusar en público: el director general de Pemex reconoció que las quejas en privado empezaron en diciembre del año pasado, pero para febrero del mismo año tan no se había resuelto el problema que algún cliente se quejó con los medios.
Lo que, si es que lo que empezó como un problema relativamente ordinario, atendible con procesos de deshidratación y desalinización, se convirtió en un problema extraordinario. La violación a los estándares comerciales implica que Pemex habría generado sobrecostos de, cuando menos, 5% durante el transporte de crudo (al contener agua que en ese contexto es un desecho) – más penalizaciones. Si efectivamente le devolvieron el crudo, como algunos medios reportan pero Pemex niega, los sobrecostos serían de más del 100 por ciento. Pemex, al final, habría tenido que hacer lo que le tocaba desde el principio: desalinizar y deshidratar. O enviar a sus refinerías tal y como quería que sus clientes lo recibieran, generando todavía más riesgos y daños a la infraestructura.
Los efectos secundarios son aún más graves. Las exportaciones de crudo de Pemex, tradicionalmente su principal fuente de ingresos, cayeron en más de 44% en enero, cediéndole una valiosa participación en el mercado estadounidense al crudo canadiense y colombiano. Aun cuando han rebotado, el desgaste comercial es significativo. Si mañana Trump le pusiera 25% de aranceles al crudo mexicano, no es claro que el mercado estadounidense lo resentiría como hace una década. El ala comercial de Pemex de por sí ha tenido la difícil tarea de encontrar nuevos mercados con una posición comercial disminuida y lastimada.
Esta crisis bien puede ser coyuntural, como la presidenta y el director general de Pemex han declarado. Pero lo que para cualquier petrolera sería extraordinario para Pemex se ha vuelto ordinario.
La semana pasada, la CFE culpó del mega-apagón en el sureste mexicano a la mala calidad del gas que la suministraron. El gas venía de Pemex. La misma semana pasada, Bloomberg denunció que a algunos trabajadores petroleros trabajando en plataformas mexicanas están enfrentando condiciones de pauperización: les están racionando las tortillas y sólo les sirven frijoles. Las plataformas son las que trabajan para Pemex. Los resultados de fin de 2024, además, reconocen que el número de días perdidos por accidentes incapacitantes excedieron los de fin de 2023 en casi 500 por ciento. Irónicamente, “el cumplimiento al programa de capacitación integral en materia de Pemex Cumple” cayó en 24.9 por ciento. En el cuarto trimestre del año pasado, 11.3% de los terceros con los que trabaja Pemex ni siquiera fueron objeto de una debida diligencia. Los pagarés de Pemex que están vencidos son de decenas de miles de millones de dólares…
El estándar de Pemex se ha vuelto el incumplimiento: crudo con agua, gas con humedad, combustóleo con azufre, empleos con carencias, operaciones con accidentes, contratos sin cumplimiento y pagarés sin pagos. Salvo por casos trágicos, no está fácil encontrar precedentes de petroleras con un perfil tan deteriorado.
Por: Pablo Zárate
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