- En dos décadas, el país ha pasado de ser el mayor importador de gas natural del mundo a producirlo a un ritmo de dos dígitos
- En el primer semestre de 2025, China extrajo 130.800 millones de metros cúbicos, un 5,8% más que el año anterior
Mientras Europa vigilaba sus depósitos de gas a principios de septiembre –al 76%, un respiro ante el invierno que se avecina–, en el otro extremo del mundo China escribía otra historia. Lejos de la mentalidad preventiva, el gigante asiático está extrayendo gas a un ritmo sin precedentes. No se trata solo de llenar almacenes, sino de reescribir las reglas de su seguridad energética.
El despertar de un gigante gasístico. China ya era una potencia en materia energética: almacenando petróleo y un líder indiscutible en renovables. Pero ahora está tallando una nueva identidad: ser un eje del gas.
En solo veinte años, Pekín ha logrado lo que pocos creían posible: virar de una dependencia casi absoluta de las importaciones hacia una producción doméstica en ascenso imparable. Según el analista John Kemp, la producción interna de gas no ha dejado de crecer a un ritmo cercano al 10% anual desde comienzos de siglo. Las provincias del noroeste –Xinjiang, Shaanxi, Mongolia Interior– han registrado incrementos aún más vigorosos, del 13%, mientras que la cuenca de Sichuan, más madura, mantiene un notable 9%.
Tres palancas principales. La primera apuesta ha sido la más arriesgada: llegar donde pocos llegan. Las grandes compañías estatales –Sinopec, CNOOC y PetroChina– han reorientado sus esfuerzos hacia pozos de hasta 10.000 metros de profundidad y al desarrollo del complejo gas de esquisto en Sichuan. . No es solo una cuestión técnica; es una estrategia política con un objetivo claro: reducir la dependencia del gas extranjero, aunque eso signifique perforar en formaciones geológicas hostiles y a un coste elevado.
La segunda palanca ha sido geográfica. Regiones antes secundarias en el mapa energético chino, como Xinjiang o Mongolia Interior, se han convertido en el nuevo motor gasístico del país. Con el respaldo decidido de Pekín, estas zonas concentran ahora proyectos de gas convencional y no convencional, respaldados por una red logística que las conecta con los centros de consumo del este.
La tercera jugada ha sido geopolítica. China y Rusia firmaron un memorando para la construcción del gasoducto Power of Siberia 2, una infraestructura que podría inyectar hasta 50.000 millones de metros cúbicos anuales desde Yamal hasta el norte de China. Aunque los detalles de precio y calendario siguen sobre la mesa, el mensaje está claro: Pekín asegura suministro a largo plazo, a precios probablemente rebajados, y se blinda frente a la volatilidad del mercado global de GNL.
Los números no mienten. Los datos oficiales recogidos por la agencia Xinhua reflejan este vuelco. Entre enero y junio de 2025, China produjo 130.800 millones de metros cúbicos de gas natural, un 5,8% más que en el mismo periodo del año anterior. Solo en junio, la producción alcanzó los 21.200 millones de metros cúbicos, con un crecimiento del 4,6% interanual. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) reconoce que el gas gana peso en el mix energético chino por su flexibilidad y menores emisiones frente al carbón, aunque advierte de que el país debe redoblar esfuerzos para cumplir sus metas climáticas.
Mientras, las importaciones de gas natural licuado (GNL) se hunden. Según los datos de la consultora Kpler recogidos por Bloomberg, las compras chinas de GNL caerán en septiembre un 22% interanual, hasta los 5,4 millones de toneladas. Es el undécimo mes consecutivo de descensos. Reuters anticipa que las importaciones totales de 2025 podrían reducirse entre un 6% y un 11%, lastradas por una demanda interna más floja, el aumento de la producción local y los mayores flujos por gasoducto desde Rusia y Asia Central.
Infraestructura para la independencia. China no solo está extrayendo más gas; también ha tejido una colosal red submarina que consolida su autonomía. El gigante asiático ya supera los 10.000 kilómetros de tuberías submarinas, una telaraña que conecta plataformas gasísticas, parques eólicos y refinerías con la red terrestre.
Proyectos emblemáticos como el de la Bahía de Hohai o el campo Deep Sea No. 1 simbolizan esta nueva frontera energética. Esas tuberías transportan gas y crudo, y en el futuro están llamadas a llevar hidrógeno. El objetivo no es solo técnico; es estratégico: asegurar el suministro nacional y reducir la exposición a los vaivenes internacionales.
Previsiones. La AIE prevé que el consumo chino de gas alcance su pico hacia 2035, antes de estabilizarse con la electrificación y las renovables. En el corto plazo, la demanda seguirá moderada: el crecimiento industrial flojo y el impulso de la producción doméstica podrían mantener las importaciones de GNL en mínimos también en 2026. Mientras tanto, las inversiones en perforaciones profundas, la red offshore y los gasoductos rusos consolidan a China como actor autosuficiente y negociador fuerte frente a productores tradicionales como EEUU, Qatar o Australia.
El nuevo tablero. Europa guarda gas para sobrevivir al invierno. China, en cambio, cava más hondo para no necesitarlo. En apenas dos décadas, el país ha pasado de depender de los cargamentos metaneros a negociar desde la abundancia. Si los planes se cumplen —más producción nacional, tuberías hasta 2030 y Power of Siberia 2 operativo en la próxima década—, el mapa global del gas natural podría girar definitivamente hacia Asia.
Y el viejo continente, que hoy respira aliviado con sus reservas llenas, podría descubrir pronto que la próxima crisis energética no se decidirá en Moscú ni en doha, sino entre los despachos de Pekín.
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