La demanda del combustible en México iniciará en 2025 y crecerá más de 10 veces hacia 2050. La ruta de acción aún no ha sido definida, pero los primeros esfuerzos ya se han puesto en marcha.
Escuchar la palabra “hidrógeno” en las conversaciones sobre el futuro energético se ha vuelto cada vez más recurrente. La urgencia que ha despertado el cambio climático en la discusión colectiva –aunque no siempre en los actos– ha dibujado la molécula en el imaginario como una de las grandes soluciones en la búsqueda de la neutralidad de carbono. Desde la industria se ha planteado al hidrógeno verde como la panacea ante los combustibles fósiles: no emite gases de efecto invernadero, tiene un alto poder calorífico y se obtiene de uno de los elementos más abundantes, el agua.
Pero hasta ahora, su uso está más presente en las conversaciones que en la cotidianidad.
En 2003, el gobierno estadounidense habló de la economía del hidrógeno como una solución para reducir su dependencia del petróleo y en 2014 Japón anunció que su economía se basaría en este elemento. Pero ninguno de los planes se cumplió. El potencial del combustible estaba ahí, pero los altos costos, la falta de tecnología y algunas características, como su baja capacidad para ser comprimido, limitaron los ambiciosos planes.
Ahora una veintena de economías alistan estrategias y los gigantes energéticos ya entraron al ruedo. Enel, Iberdrola, Sempra Energy, Total, Repsol y decenas más han anunciado que ya han entrado al mercado. La carrera en esas grandes ligas ya comenzó.
Una coyuntura favorable
Los registros de la Agencia Internacional de Energía señalan que hasta ahora hay 26 países –nueve se sumaron en el último año– con estrategias para detonar esta industria ya planteada, como Alemania, España, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, China, Canadá o Estados Unidos.
Los altos costos del gas natural y el forzado cambio de la estrategia energética de la Unión Europea han vuelto a poner este elemento químico, el más ligero de la tabla periódica, en el centro del anhelado cambio. La comunidad política europea presentó en 2020 la Estrategia de Hidrógeno para una Europa climáticamente neutra, antes del inicio del conflicto entre Rusia y Ucrania, y cuando los precios del gas estaban muy por debajo de los actuales. Nadie sabía lo que vendría después.
Pero ahora, con los precios del gas tocando niveles récord y la búsqueda de esa parte del mundo de no depender de los energéticos rusos, el hidrógeno parece estar ganando un papel protagónico. Europa lidera este esfuerzo, con 126 proyectos, mientras que en Latinoamérica apenas se contabilizan cinco. Argentina, Colombia y Chile ya han presentado rutas nacionales para aumentar su consumo y convertirse en potenciales productores. Lo que se intenta responder en esta ocasión es si este intento será por fin uno victorioso.
La industria se divide entre una mayoría optimista, con las grandes multinacionales energéticas que ya invierten en el desarrollo tecnológico para lograr que la producción sea viable, y quienes se muestran más escépticos, generalmente, investigadores y académicos que aseguran que los costos de producción aún son muy altos y que la molécula no podrá ser un combustible usado en masa. “Ahora estamos en una etapa en el mundo donde, por un lado, se está socializando más el tema, se está difundiendo más sobre cuáles son sus aplicaciones y por otro, se está desarrollando la tecnología para hacerla más barata. Estamos en esa curva de desarrollo”, dice Israel Hurtado, presidente de la Asociación Mexicana del Hidrógeno, que tiene ya a más de 30 empresas afiliadas, incluyendo a las grandes petroleras.
El organismo proyecta que la demanda en México iniciará en 2025 y crecerá más de 10 veces hacia 2050, para cuando se deberán cumplir las principales metas de descarbonización. Hurtado calcula que la inversión que se necesitará en el país en los próximos 30 años para cubrir esa demanda será de 59,000 millones de dólares. Pero México aún no tiene un plan bien trazado.
Del gris al verde
La estatal CFE está liderando, de cierta manera, el camino: en febrero anunció un proyecto piloto para producir hidrógeno verde en Baja California y Sonora e intentar disminuir la dependencia del gas natural que se importa de Estados Unidos. Los detalles del proyecto aún son escasos, pero la compañía ha puesto 2023 como el año en que podría comenzar con la producción.
Y en 2021, el gobierno federal incluyó en el Programa de Desarrollo del Sistema Eléctrico Nacional, el documento rector de la política eléctrica, por primera vez la molécula: plantea la conversión de un porcentaje de la capacidad de centrales de ciclo combinado –que funcionan a base de gas– a hidrógeno. Pero los planes se proyectan entre 2026 y 2036.
El uso del hidrógeno no es del todo nuevo. Las grandes industrias, como la de refinación o la de producción de fertilizantes, lo utilizan como una de sus fuentes energéticas. Pero el empleado en estos procesos no tiene mucho en común con el que ha ganado espacio dentro de la agenda de transición energética, que se denomina como ‘verde’. La mayor parte del hidrógeno usado hasta ahora no es muy amigable con el ambiente: para su producción se utilizan combustibles fósiles y desde ahí la idea de un energético bajo en emisiones no se cumple.
Su obtención es el primer punto que juega contra su masificación: el hidrógeno es uno de los elementos más abundantes del mundo, pero no se encuentra de manera aislada. Para obtenerlo es necesario un proceso de separación de ciertas sustancias, como el gas, el carbón o el agua, y para ello se necesitan otros combustibles. Del que más se habla ahora es del que se produce a través del agua mediante electrólisis, como se denomina el proceso que divide esta molécula en oxígeno e hidrógeno, el primero se libera al ambiente y el segundo se convierte en combustible. Hasta ahora, el hidrógeno que más se utiliza es denominado como gris, la raíz del porqué se le ha dado este color está en que el combustible base para el proceso de separación es el carbón o gas natural. Se queman fuentes fósiles para obtener la energía suficiente para crear el segundo. El hidrógeno suele tener más potencial energético que el resto de los combustibles, de ahí que sea rentable usar los primeros para producirlo.
Pero es el hidrógeno verde –que tiene como fuente primaria la electricidad generada por sol y viento– el que promete revolucionar la industria, aunque producirlo es hasta tres veces más caro. María Valencia, una especialista de la industria, ve una oportunidad en la baja de costos de las energías renovables: a medida que avanza la descarbonización y se aumente la oferta de centrales eólicas y solares, el precio de producir hidrógeno podría disminuir también.
El Consejo Mundial del Hidrógeno proyecta que el costo de su producción se abarate hasta 50% hacia 2030 y a un cuarto de lo que cuesta ahora, hacia 2050. A medida que el precio del gas aumenta, el hidrógeno da la sensación de ser más asequible. Alfredo Álvarez, líder del segmento de energía de la consultora EY, concuerda con esta afirmación. “Seguramente, vamos a generar hidrógeno en donde haya fuentes abundantes de renovables”.
Hasta ahora, el hidrógeno se plantea como una sustitución de combustibles fósiles necesarios para la producción de hierro, acero, vidrio y cemento, o como una tecnología que podría revolucionar la industria del transporte de carga. Algunas compañías, como Toyota, han presentado algunos cartuchos portátiles de hidrógeno que podrían ser utilizados para movilizar vehículos sin necesidad de estar conectados a la red eléctrica. Pero esto último no es una solución cercana, dicen los especialistas. El escritor Julio Verne ya planteaba hace más de 150 años la idea del hidrógeno proveniente del agua como una de las principales fuentes de energía. La humanidad se enfrenta por fin al reto de hacer de aquel relato algo tangible.