Hace unos cuantos años, recibíamos muy frecuentemente las visitas de diversas empresas e inversionistas internacionales, que venían a México, muy interesados en invertir en la enorme oportunidad que planteaba la Reforma de Energía que había aprobado el Congreso mexicano y que abría la posibilidad de establecer un mercado competitivo en energía y la posibilidad de explotar las enormes fuentes de energía renovables que ofrece nuestro país. Prácticamente no pasaba una semana en que no atendiéramos a por lo menos un grupo inversionista. En este año, no hemos escuchado de un solo interesado en proyectos que tengan que ver con energía o hidrocarburos.
La reforma no comprendía el sector de la distribución, ya que esta función se reservó para la Comisión Federal de Electricidad, quien seguiría actuando como productor, pero también como el monopolio distribuidor de energía eléctrica. Para asegurar la equidad en los productores participantes se escindió de la CFE el Centro Nacional de Control de Energía, para que este organismo determinara que productores y en qué orden de asignación aportarían a la red de distribución de energía su flujo eléctrico dependiendo de su costo. La presente administración se ha empeñado en base a decretos y a reformas en las leyes secundarias de dar marcha atrás esta reforma. Si bien había abusos en los contratos por parte de algunas firmas internacionales, la regulación y el control de la Comisión Reguladora de Energía permitían ir corrigiendo los abusos e inclusive sancionar a los infractores.
El Gobierno actual canceló el exitoso programa de subastas de energías renovables de México, buscó diluir el mercado de Certificados de Energías Limpias (CELs), dejó de lado sus objetivos y eliminó los beneficios que recibían las plantas eólicas y solares, y ordenó por decreto que la CENACE privilegiara la energía generada por CFE frente a cualquier otro proveedor, sin importar la procedencia de su generación ni su costo.
Nuestro país no ha anunciado aún una meta de cero emisiones netas de gases de efecto invernadero, ni una estrategia de carbono para el largo plazo. A nivel global entre todos los mercados emergentes, el 92 por ciento tiene objetivos concretos de energías limpias a largo plazo, y están ya trabajando para lograrlas. El 56 por ciento de los mercados emergentes ha adoptado políticas para realizar subastas inversas para contratos de suministro de energías limpias.
El organismo BloombergNEF publicó su reporte Climatescope 2022, en donde coloca al país en el lugar 63 de 107 países emergentes como destino de inversión, 25 lugares más abajo que en su análisis presentado el año pasado, cuando ocupó el lugar 38. A partir de 2019 México dejó de clasificarse dentro del “top ten” en que se había mantenido en estudios comparables desde 2014. Anteriormente México ocupaba el 8vo lugar como destino de inversión, para el desarrollo de las energías renovables, gracias a la apertura del sector que se dio con la Reforma Energética de 2013.
Ahora México va en sentido contrario, y ha emprendido desde 2019 una política abierta hacia los combustibles fósiles, el gas natural, el petróleo y el carbón como fuentes primarias de energía, representando conjuntamente el 65 por ciento de la capacidad instalada y el 72 por ciento de la generación en el año pasado. Las centrales hidroeléctricas de CFE representaron el 8 por ciento de la generación y las energías renovables alcanzaron el 16 por ciento.
Como ejemplo de los múltiples segmentos que la transformación global hacia energías renovables presenta, tenemos que, en todo el planeta, miles de empresas buscan reutilizar viejas minas como generadores de energía renovable, utilizando una añeja tecnología conocida como energía hidroeléctrica de almacenamiento por bombeo que tiene más de cien años de utilizarse. Esta tecnología, que es ya una práctica generalizada en muchos países, hace que la cueva se convierta en una mega batería, con agua y gravedad como fuente de energía autorrecargable. El agua se bombea cuesta arriba a un tanque cuando existe suministro de energía abundante o de sobra. Pero cuando la demanda se incrementa, y la oferta es insuficiente, el agua se libera y se deja caer cuesta abajo a través de turbinas que generan energía hidroeléctrica. Finalmente, el agua es capturada para ser bombeada cuesta arriba nuevamente en un ciclo sin fin.
El costo de inversión de este método de generación de energía es mucho más bajo que otras alternativas tradicionales de plantas de generación y tiene un menor impacto ambiental y costos iniciales que construir estas plantas desde cero. En Estados Unidos, Australia y otros mercados, se está dando un fuerte impulso a propuestas de proyectos hidroeléctricos de almacenamiento por bombeo, alimentadas por una inversión acelerada en energías renovables y por preocupaciones en materia de seguridad energética.
Prefiero no pensar en la magnitud del costo en que ha incurrido México con la regresión energética de este sexenio. CFE y Pemex podrían ser empresas líderes en energías renovables. No forzosamente tienen que ser las empresas emblema de la ineficiencia, la corrupción y el despilfarro. Y además ser los íconos del fundamentalismo retrógrada de la “autosuficiencia energética” basada en energías contaminantes, caras, e ineficientes, en sentido contrario a la evolución del mundo.