La refinería enfrenta un dilema entre el desarrollo económico y los efectos preocupantes para el ambiente.
Una mujer que vende fruta en una de las esquinas de la plaza principal de Cadereyta cubre con una franela la piña y la sandía que ha picado. Las destapa sólo cuando algún cliente se acerca porque dice que el olor de los alrededores podría contaminar la fruta y afectar sus ventas. Es la única de las vendedoras de los alrededores del kiosco que toma esas precauciones; el resto dice que no está preocupado y asegura que no nota algo extraño en el ambiente.
Pero la mujer comenta que no ha tomado esa medida en vano, que desde hace algunos meses nota un aroma a azufre más allá del habitual, y que está preocupada. Cuenta que el olor se intensifica por las noches, que en medio de la madrugada un tufo desagradable llega a su casa, a unas cuadras del centro del municipio, que a ella y a sus tres hijos les pica la garganta y eso les impide dormir.
La comerciante lo relaciona con el humo de color amarillo que sale de las chimeneas de la refinería de Cadereyta, cuyas imágenes se han vuelto virales. El hogar que habita está a unos nueve kilómetros de la refinería, que protagoniza una disputa entre los gobiernos de Cadereyta, el de Nuevo León y el federal, a través de Pemex.
El complejo opera desde 1979, pero los desacuerdos sobre sus emisiones comenzaron a causar revuelo el año pasado. El último episodio se dio en los primeros días de marzo, cuando la Secretaría de Medio Ambiente estatal suspendió, de manera temporal, una chimenea porque el personal de la petrolera les negó una inspección. El hecho se difundió como clausura, pero, hasta ahora, la refinería sigue trabajando.
Las preocupaciones de la vendedora tienen sustento. Aunque Pemex se ha negado a brindar información al gobierno estatal sobre las emisiones, una fuente de la petrolera dio datos a Expansión que indican que la recuperación de azufre del complejo ha ido en picada desde hace 14 años. De 2009 a 2023, se ha reducido en 94.9% y los puntos más bajos se han marcado durante 2019 y 2020. Una base de datos de Greenpeace, que localiza los puntos críticos de emisiones globales de dióxido de azufre, coloca esta refinería en el lugar 188 de los sitios más contaminantes del planeta.
Un complejo, complejo
Cadereyta es la tercera refinería de Pemex con mayor producción, después de Tula y de Salina Cruz, que también aparecen en el ranking de Greenpeace, aunado al sitio productor Cantarell.
Los estados financieros de Pemex revelan que en 2022 –último dato disponible– fue el complejo que más inversión recibió, con 2,652 millones de pesos, detrás de Minatitlán.
Acceder a la refinería no es sencillo, pese a que está al pie de la carretera entre Monterrey y Reynosa, desde donde da la impresión de ser un sitio viejo. Las instalaciones tienen un color naranja oxidado y un entorno gris.
Pero Monterrey y otros municipios aledaños, como San Pedro Garza García –el más rico de Latinoamérica–, padecen las emisiones de industrias como la de petrolíferos, la pedrera y la cementera. Y justo de ahí vienen las protestas, dice un portavoz del municipio de Cadereyta. Miguel Treviño, alcalde de San Pedro y uno de los voceros que exigen la reubicación de la refinería.
Un análisis de IQAir, una empresa suiza dedicada a medir la calidad del aire, coloca a Nuevo León como la entidad mexicana con la peor. Siete de sus ciudades, según el ranking, se encuentran entre las 50 más contaminadas de Norteamérica.
García es el municipio que encabeza la lista, con una concentración de partículas PM 2.5 que rebasa en 7.8 veces las recomendadas por la Organización Mundial de la Salud. General Escobedo, Santa Catarina –donde se instalará Tesla–, Monterrey y San Pedro también aparecen en este listado. Cadereyta no está.
La calidad de vida
Isabel Pérez dice que ella ha vivido en Cadereyta toda su vida, y que hasta ahora no ha notado un cambio en las emisiones de la refinería; que si así fuera, se compensaría con el empleo que produce el complejo de Pemex en la región.
En el municipio, las opiniones se dividen entre quienes dependen o tienen familiares trabajando en el complejo y quienes laboran en otros sectores. Los dos hijos y el esposo de Isabel Pérez trabajan en la refinería.
Carlos Ramírez, exempleado de Pemex, dice que él laboró ahí 30 años y nada malo le pasó. Su acompañante, que camina al lado, lo contradice y argumenta que las fumarolas amarillentas cada vez son más evidentes.
Cosme Leal, alcalde de Cadereyta, se dice a favor de que el gobierno federal invierta en la mejora de los procesos de la refinería para reducir su impacto ambiental. Sin embargo, subraya que no se contempla su reubicación. “Es una gran fuente de empleo y es muy importante para la producción de las gasolinas que necesita todo el norte de México. Es inviable que se reubique o se cierre”, dice.
Cadereyta, un municipio de cerca de 120,000 habitantes, tuvo por mucho tiempo la fabricación de escobas como motor económico. Pero la industria ya no vive esa prosperidad y ahora la refinería Ingeniero Héctor R. Lara Sosa se ha convertido en la principal fuente de empleo. Los datos oficiales indican que emplea a alrededor de 6,000 personas de manera directa. El municipio es una región de pequeños comercios que, a su vez, reciben un impulso de la industria de refinación.
Las voces en contra de la refinería exigen la reubicación del complejo. Un escenario que parece complicado tomando en cuenta la política energética actual. “La principal fuente de contaminación del área metropolitana de Nuevo León son las mismas industrias que están enclavadas en otros municipios. La refinería es una de tantas que puede estar contaminando”, dice el alcalde de Cadereyta.
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