En 2020, la secretaria Rocío Nahle estaba en pleno rescate de la refinería de Minatitlán. Era, como ella explicaba en ese momento, “la refinería donde más hemos tenido que meternos, es donde se han hecho cambios incluso de personal porque teníamos que ser más fuertes y más rígidos en esta refinería”. Su plan de modernización y mantenimiento no ha sido barato. Lleva 10,000 millones de pesos, y contando.
Pero hoy queda claro que ha sido contraproducente. En el mismo periodo, Pemex ha tenido que registrar deterioros netos de 60,000 millones de pesos en la refinería. Ha habido incendios, incidentes operativos recurrentes y una contaminación evidente.
Desafortunadamente, no es un resultado sorprendente. Independientemente de su origen, la refinería lleva más de una década de descomposición. También en 2020, el director general de Pemex, Octavio Romero, dijo que su reconfiguración era (2009-2011) “uno de los casos más icónicos de corrupción en la industria petrolera moderna”. Haya sido por incompetencia o por corrupción, lo cierto es que fue un desastre: sobrecostos, arbitrajes costosos contra Pemex y una especificación que ha dificultado optimizar su operación.
Por esta serie de factores, desde antes que esta Administración tomara el control de Pemex, era claro que lo más razonable era clausurar Minatitlán. Pero, en su audacia, este gobierno mejor le apostó a que su inusual receta de honestidad y billetazos revitalizaría hasta al más insalvable de los activos de Pemex. La realidad es que lo único rescatable de esa estrepitosa pérdida es la claridad de que Pemex tiene activos insalvables. Por el amor de Dios, ya cierren Minatitlán.
Pero espero que el punto trascienda a Minatitlán. Que esta refinería esté peor no significa que la de Madero ya la libró. O que la contaminación de la de Cadereyta sea aceptable. Por supuesto que tampoco justifica la operación a pérdida de todo un portafolio de petroquímica básica que también lleva décadas de descomposición. Aún en exploración y producción, donde Pemex tiene algunos activos que siguen teniendo un desempeño estelar, hay muchos otros que, al no producir la misma cantidad de valor, no reciben ni van a recibir la atención necesaria. Tarde o temprano, bajo el esquema actual de operación de Pemex, van a terminar podridos.
Ni es personal contra Pemex. La CFE, la otra empresa energética que nos pertenece a todos los mexicanos, tiene activos muy valiosos en toda la cadena de valor. Es entendible que los soberanistas y nacionalistas energéticos se aferren a ellos, y busquen repeler cualquier intento de la industria privada de acercarse a ellos, si es que los hubiera. Pero ¿qué tiene que decir el soberanismo de la operación de plantas chatarra a pérdida económica y social, por todas las ineficiencias y la contaminación que producen? Las consistentes en pérdidas en las subsidiarias CFE Generación I-IV y VI claramente vienen de una serie de activos –algunos casi con un siglo en operaciones– que jalan cualquier resultado positivo para abajo. Si esta Administración, que asumió un proyecto de rescate, no ha logrado darles la vuelta a estos activos, ¿no es momento de ya desecharlos?
La retórica energética nacional siempre ha tenido una enorme fijación por lo que brilla: los Cantareles y Ku-Maloob-Zaaps. Pero Pemex y CFE tienen demasiados Minatitlanes en su haber. Son irremediables. Muchos de ellos invendibles. Por el amor de Dios, hay que desecharlos.
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