La nueva palabra de moda es nearshoring. Los bancos de inversión escriben reportes, se menciona en diarios y se organizan conferencias al respecto. Este fenómeno, aseguran, transformará la economía mexicana y nos hará crecer como nunca.
La premisa es la siguiente. La disputa comercial entre Estados Unidos y China, la disrupción de las cadenas de suministro provocada por el Covid y la necesidad de instalaciones estratégicas en países amigos reforzada por el conflicto Rusia-Ucrania, llevará a las empresas de EU a buscar salir de China. México estaría en una posición ideal para atraer a estas empresas por estar junto a EU con un tratado de libre comercio, contar con una base manufacturera establecida, una ventaja en costos laborales y cierta estabilidad política y económica. De acuerdo con diversos análisis podríamos llegar a capturar 150,000 millones de dólares de exportaciones equivalentes a 10% del PIB.
¿Estamos en una posición como para capitalizar esta oportunidad y cambiar el rumbo económico del país?
Existen cuatro grandes obstáculos estructurales que pueden frustrar estas esperanzas.
El primero es la seguridad pública. Aunque los homicidios se han estabilizado y la violencia está concentrada en ciertos lugares, la percepción hacia afuera es la de una violencia desbordada. Es difícil convencer a una empresa de mudarse a un país que sale en las noticias por masacres cada semana.
En segundo lugar, está el capital humano. Como país invertimos muy poco en investigación y desarrollo y tenemos pocos cuadros en STEM. Sí tenemos costos laborales más bajos que China, pero estamos a años luz de las capacidades en ciencia y tecnología necesarias para capturar las industrias del futuro, intensivas en capital humano.
Tercero, la certeza jurídica. Las inversiones necesitan un marco legal claro y predecible, el cual en México es endeble y sujeto a los vientos políticos. Los ejemplos más claros son el NAIM, la cancelación de la planta de Constellation en Mexicali y el trato que se ha dado a los contratos legados de autoabasto eléctrico.
Finalmente, y quizá el más preocupante, es la infraestructura, particularmente la eléctrica. La infraestructura de transporte en México es insuficiente y estamos ante los niveles de inversión pública más bajos de las últimas décadas. Pero más grave es el caso energético. Hoy, no tenemos electricidad barata, limpia, segura y garantizada. Se ha invertido muy poco en este sexenio y se detuvo el proceso de apertura del sector a privados. Las plantas que CFE ha anunciado varias veces difícilmente estarán listas antes del 2025 y, de acuerdo con la CRE, no se ha otorgado prácticamente ningún permiso de generación a privados en los últimos dos años. Si hoy es difícil para las empresas procurar energía eléctrica, hacia adelante va a ser prácticamente imposible sin una inversión significativa.
No hay duda de que la oportunidad está ahí y que capturaremos una parte. Pero para que este proceso sea verdaderamente transformacional es urgente atender estos problemas. Si compitiéramos con países emergentes por esta inversión quizá podríamos dar la pelea, pero nuestra competencia es el sur de EU que nos supera en todos los aspectos mencionados y están dando incentivos gigantescos para atraer esta inversión. Este gobierno ya va de salida y no ha atendido estos problemas. Es fundamental que el próximo gobierno tenga una verdadera política industrial que nos encamine a aprovechar esta oportunidad porque si no, nos va a volver a dejar el tren.