La semana pasada, el precio del petróleo Brent estuvo a punto de superar los 95 dólares por barril, su nivel más alto desde noviembre del año pasado cuando llegó a casi 99 dólares.
Vale la pena recordar que después de alcanzar un máximo postpandemia de 133 dólares en marzo del 2022 – a raíz del choque de oferta provocado por la invasión Rusia a Ucrania – el precio del Brent había retrocedido 46% hasta tocar un mínimo de 72 dólares el 27 de junio pasado.
Aunque el precio del barril de Brent se ajustó a 92 dólares al cierre de ayer, dicho precio representa un incremento de 28% contra el mínimo postpandemia de junio.
El alza en el precio refleja dos factores fundamentales: una desaceleración mucho menor a lo esperado en la demanda de crudo y una restricción por el lado de la oferta.
Por el lado de la demanda, la actividad económica a nivel global ha sorprendido positivamente, desafiando todos los pronósticos de recesión que se tenían. La demanda global de crudo para el 2023, de acuerdo a datos de la Agencia Internacional de Energía, llegará a 101.89 millones de barriles diarios, un aumento de 2.3% contra el 2022 y de 1.6% contra el 2019.
Mientras tanto, en el lado de la oferta, nos encontramos ante un entorno complicado debido a dos factores.
El primero es la extensión a los recortes de producción por parte de los países de la OPEP y sus aliados (conocidos coloquialmente como OPEP+), liderados por Arabia Saudita y Rusia, respectivamente.
En lo que va del 2023, la producción de los miembros de la OPEP+ ha disminuido en 2 millones de barriles diarios. Esta caída en la oferta ha sido compensada por un aumento en la producción de los países que no son miembros de la OPEP+.
En total, la Agencia Internacional de Energía anticipa que la oferta crecerá en alrededor de 1.5 millones de barriles diarios, siendo Estados Unidos, Irán y Brasil los principales contribuyentes a este aumento.
Sin embargo, esto deja una brecha de casi un millón de barriles diarios entre el crecimiento de la demanda y el de la oferta. Esta brecha está siendo compensada por una disminución en los inventarios globales de petróleo, incluyendo una fuerte caída en la reserva estratégica de Estados Unidos que pasó de 434 millones de barriles en septiembre del 2022 a 351 millones de barriles al cierre de la semana pasada.
Aunque la restricción a la producción por parte de los miembros de la OPEP+ pudiera ser algo coyuntural, existe otro factor fundamental que está limitando el crecimiento de la oferta de petróleo a nivel global: la falta de inversión en exploración y producción.
Los esfuerzos globales y el establecimiento de metas ambiciosas de descarbonización han desviado una cantidad importante de recursos hacia la inversión en energías renovables. La inversión global en exploración y producción de energías fósiles ha caído constantemente desde el 2014 cuando alcanzó un máximo de 900,000 millones de dólares.
En el 2019, el año previo a la pandemia, la inversión global en exploración y producción fue inferior a 600,000 millones de dólares. Esto es una muy buena noticia para el planeta, pero tiene implicaciones importantes en la oferta de petróleo.
La transición energética es un proceso que toma tiempo y mientras tanto, la demanda global de combustibles fósiles sigue creciendo. Actualmente, las fuentes renovables contribuyen a poco más de 10% del consumo global de energía y aunque los avances serán cada vez más notables, los combustibles fósiles seguirán satisfaciendo una parte importante del consumo global de energía.
Si los países miembros de la OPEP+ mantienen sus recortes es posible que veamos precios altos para el petróleo hasta que la economía global se desacelere considerablemente o hasta que los productores de shale oil en Estados Unidos incrementen su producción de manera considerable.
Mientras tanto, los precios del crudo podrían mantenerse por arriba de los 90 dólares por algunos meses.
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