A partir del inicio de la guerra comercial entre China y EUA en 2018 se popularizó el término de nearshoring, refiriéndose a la relocalización de la producción de empresas estadounidenses hacia regiones más cercanas al país norteamericano. La contingencia del Covid-19 aceleró este proceso de reestructuración de las cadenas productivas, poniendo en evidencia los riesgos de concentrar etapas clave de procesos productivos en regiones que se vuelven de difícil acceso cuando las redes de comercio se ven obstaculizadas. Adicionalmente, el conflicto Rusia-Ucrania ha provocado que empresas de países occidentales busquen reducir su dependencia de países involucrados desde una perspectiva geopolítica.
En este contexto, inicia la carrera entre países asiáticos y latinoamericanos buscando atraer esta producción. Dada su localización geográfica, la integración comercial con América del Norte y ser parte de un tratado comercial modernizado como el T-MEC, México es un candidato natural en esta reubicación de procesos productivos. La manufactura mexicana es de las más competitivas a nivel global, particularmente en la industria pesada. Desde metálica básica hasta equipo de transporte, México se encuentra en lo más alto en la clasificación de competitividad, sólo después de China.
Si bien es cierto que México ya puede observar una mayor demanda resultado de la relocalización (16% de empresas encuestadas observaron incrementos en su demanda resultado de la relocalización estadounidense, EMAER) los datos muestran que México se encuentra lejos de liderar esta carrera. La mayor parte de la producción que ha salido de China desde 2018 se ha quedado en países vecinos del gigante asiático como Vietnam, Taiwán o Singapur.
Se puede argumentar que las ganancias de México por nearshoring se están quedando por debajo de lo que debería obtener. En un ejercicio de simulación realizado por BBVA Research en el informe “Situación Regional Sectorial México 2S22”, analizamos el crecimiento de la economía bajo la hipótesis donde México hubiera recibido la totalidad de flujos comerciales que han salido de China desde 2018. Bajo este escenario, la economía mexicana habría crecido 1.42% anualmente, y no -0.40%; la manufactura habría crecido alrededor de 7% anualmente, en vez de 0.69%; y sectores de alta relevancia como Comercio Mayorista y Transportes hubieran duplicado su crecimiento anual en este periodo.
Sin embargo, en términos de infraestructura, no es claro si el país está realmente preparado para una llegada masiva de capitales. Un ejemplo claro es el acceso a la electricidad; la simulación sugiere que la demanda eléctrica se habría incrementado alrededor del 25% con respecto a lo observado en 2020, requiriendo un crecimiento anual de 1.64% entre 2018-2020, lo cual contrasta con el crecimiento anual de -0.3% en este periodo. La realidad es que la construcción de infraestructura eléctrica ha caído a tasas de doble dígito medido en variaciones de la Enec desde 2019. Esto se ve reflejado en que durante este año diversos medios han señalado proyectos de inversión cancelados o pospuestos por falta de infraestructura eléctrica.
El aumento de la capacidad de generación eléctrica y la modernización de la infraestructura de transmisión y distribución son sólo el primer paso para convertir a México en un receptor factible en este proceso de relocalización. El país debe preparar su matriz energética para una expansión enfocándose en el desarrollo de energías limpias que, además de ser más eficientes en términos de costos, representan una mejora en términos de emisiones que en el mediano plazo serán un requisito cada vez más relevante para las empresas.
Mientras tanto, la carrera del nearshoring continúa y México debe aprovechar esta oportunidad histórica.
*El autor es economista senior de BBVA México.