En 2018, nadie había oído del 54-46. De plano no existía la idea que eventualmente se convirtió en la estrella polar de la toma de decisiones para el sector eléctrico y la CFE – justificando no sólo una de las transacciones más grandes de la historia de México sino también una agresiva campaña de retórica y decretos, litigios y reformas. La independencia de la CRE y el CENACE no eran sólo de papel. Todavía estaba en marcha, aunque quizás de forma aún incipiente, un mecanismo creíble para ir desarrollando soluciones ‘sistémicas’ de infraestructura para la red nacional de transmisión (como la línea Ixtepec-Yautepec).
En el mismo 2018, exploración y producción, no refinación, eran las dueñas del corazón de Pemex. La petrolera estatal de hecho tenía 6 refinerías que usaba cada vez menos. No operaba ninguna fuera del país. Ni estaba por estrenar otra. Pero venía de un sexenio de mayor producción e inversión. Aunque su historial ambiental no era precisamente estelar, emitía más o menos la mitad de gases de efecto invernadero que hoy. Cooperaba con las asociaciones de industria y organizaciones de industria que promueven la descarbonización. Venía de un sexenio de mucha mayor inversión y producción (que la de ahora). Sus bonos (deuda) no eran tan abultados y todavía no se consideraban ‘basura’. No había registro de inyecciones urgentes de Hacienda para que Pemex se salvara del impago ante los vencimientos.
2018 fue el año de la COP 24 — dos después del acuerdo de París, donde a México se le reconoció un papel de liderazgo. Las siglas ESG, aunque datan de 2004, todavía sonaban extrañas lejos de círculos financieros globales. La idea del nearshoring ni pintaba.
En 2024, a pesar de toda la retórica, hay mucho que el gobierno no ha podido cambiar. la producción total de Pemex tanto de crudo como de gasolinas no va a ser muy distinta a la del 18. El nivel de importaciones de gasolinas quizás sea ligeramente menor. Pero el nivel de importaciones de gas va que vuela para ser significativamente mayor. La infraestructura de logística y transporte de Pemex y CFE será casi la misma, pero 6 años más vieja. Salvo por esfuerzos inerciales que se inauguraron en este sexenio y anuncios relativamente, que se materializarían en el futuro, en todo el país no hay muchas terminales ni ductos nuevos. La infraestructura de la red nacional de transmisión será casi la misma – la CFE, que tiene el monopolio, no ha hecho nada – pero también 6 años más vieja y claramente cada vez más insuficiente.
Pero las necesidades del país siguen creciendo. Así que los indicadores de la posición energética mexicana, por más tintes soberanistas que le pongamos, se han deteriorado. Esto implica que, hoy, el diagnóstico es muy diferente. Las soluciones también deberían serlo. El plan en el 24 no puede girar, como en el 18, sólo en torno a la aplicación a rajatabla la reforma del 14. Ni en sostener que las empresas del Estado pueden solas y/o merecen privilegios. Se requiere un plan a la medida, una verdadera estrategia integrada.
Desafortunadamente, el borrón y cuenta nueva para un sector económico entero no existe. La carga de la deuda de Pemex, la obsolescencia e insuficiencia de la infraestructura y la dependencia del extranjero para algunas moléculas (como el gas), entre otros factores pesados, está dada. Lo que se puede repensar son las prioridades – una especie de ejercicio base cero más allá del presupuesto. Un buen punto de arranque, que quizás permita neutralizar un poco la política, es a partir de la infraestructura crítica, cada vez más necesaria. Ahí, particularmente en transmisión y distribución eléctrica, todavía hay un monopolio del Estado.
Twitter: @pzarater
Encuentre la nota en: https://www.eleconomista.com.mx/opinion/Energia-base-cero-para-el-24-20230910-0080.html