Pocas cosas gustan tanto a un mesiánico como festejarse a sí mismo. Andrés Manuel López Obrador convoca a otro baño de masas tras el rechazo popular a su afán por destruir al Instituto Nacional Electoral, quiere sentirse arropado de nuevo por ese pueblo que lo adora. Ahora convoca a celebrar, el 18 de marzo, que está “rescatando” a Petróleos Mexicanos. Por supuesto, en el Zócalo, una mezcla de fiesta, concierto y mitin político. El aniversario de la expropiación petrolera para aclamar a su gobierno porque liberó de las garras de los neoliberales a la empresa más importante del país.
Pemex ciertamente representa al obradorismo: un diagnóstico simplista, maniqueo y equivocado seguido por una estrategia errónea y trayendo un resultado desastroso, que por supuesto el inquilino de Palacio Nacional considera un triunfo. Porque para AMLO el petróleo no es un simple recurso natural, sino la soberanía en las entrañas, las tierras y mares, de México. Llegó a la presidencia con la visión que el joven tabasqueño adquirió en 1978 en el boom petrolero de otro López (Portillo), y ahí sigue.
Solo era cuestión de sustituir a los corruptos tecnócratas con personas que liberarían la fuerza y creatividad de los trabajadores de Pemex. Se encontraría mucho petróleo, y rápido. Quizá incluso se lograría que manara de nuevo crudo a raudales de Cantarell. López Obrador usó su sobada fórmula: puso a un agrónomo y ganadero a cargo del gigante industrial. Ignorante, sin duda, pero leal. De acuerdo con los planes originales de AMLO, Pemex aumentaría su producción y ganaría tanto dinero que aportaría abundantes recursos para gasto social. El petróleo, de nuevo, una palanca del desarrollo.
Cuatro años más tarde, van 65,060 millones de dólares gastados por la compañía en inversiones, más 37,980 millones en gastos de operación. A cambio de esos 103 mil millones de dólares, la empresa produjo en 2022 un promedio de 1.70 millones de barriles de crudo diarios, 6.5% menos que en 2018. Además, entre 2019 y 2021 (las cifras del año pasado no están disponibles todavía) perdió un acumulado de 1,196.1 mil millones de pesos. Esto es, 1,091.3 millones de pesos cada día (12,631 pesos por segundo). ¿Por qué no ha quebrado? Porque el Gobierno Federal le está inyectando recurrentemente capital.
Pero si el petróleo es algo sagrado para López Obrador, también lo es la gasolina. Una verdadera ofensa para el tabasqueño que un país petrolero importe combustible. No es cuestión de que comprarlo en el exterior sea mucho más barato, la soberanía no tiene precio. Y el Mesías dictaminó que una nueva refinería se podía construir en tres años y por ocho mil millones de dólares, o incluso menos. Como ninguna empresa extranjera se comprometió a esas condiciones, entonces le encargó el proyecto a otra nacionalista energética, Rocío Nahle. Actualmente se estima que Dos Bocas costará 18 mil millones de dólares, aunque probablemente será mucho más. De gasolina hasta el momento, ni una gota, pero AMLO inauguró la refinería en julio (algo había que hacer a los tres años).
López Obrador recibió una empresa que estaba en un agujero y dedicó su fuerza y los recursos de la nación a cavar más profundo, ampliando esa coladera en que se pierden astronómicas cantidades de dinero que podrían usarse en salud, educación, seguridad o infraestructura. Pero no importan los números, sino la narrativa de la soberanía rescatada. El destructor de Pemex festejará su obra el 18 de marzo.