La industria petrolera ocupa un lugar central en el horizonte crítico para la construcción de un futuro viable para las futuras generaciones. Nuevas tecnologías posibilitan ahora disminuir muchos de sus efectos negativos en el medio ambiente.
Acudir a un encuentro con organizaciones activistas ecológicos, siempre deja una secuela de emociones mezcladas. Por un lado, la esperanza, reconocer su valor, compromiso e incansable lucha sea investigando, reflexionando, organizando, informando o trabajando jornadas extensas en algún proyecto de rescate ambiental.
En contraste, compartir su frustración, enojo, tristeza y desesperación al revisar los terribles estragos de la contaminación, incendios forestales, desertificación, desechos peligrosos, basura plástica, fugas industriales, mineros, químicos y/o petroleros.
Es precisamente esta área en la que mucho hay por hacer por su magnitud e importancia estratégica, así como por la extensión territorial en la que se desarrolla, pero cuyas secuelas afectan a miles de familias, dañando de paso diversos ecosistemas.
La industria del petróleo es la mayor preocupación cuando se habla de calentamiento global. La cadena económica que se extiende desde la extracción de los hidrocarburos hasta los miles de productos, combustibles, sustancias y materiales que dependen de la misma es tremendamente compleja y representa un verdadero coloso de intereses.
Sin embargo, el aire, todo cuerpo de agua superficial o subterráneo, suelo y subsuelos padecen los efectos nocivos de gases, químicos, residuos y basura industrial que se generan desde plataformas, pozos, instalaciones, refinerías, depósitos y sus aplicaciones cotidianas, es decir, quema de combustibles, fertilizantes, sustancias químicas y plásticos por solo mencionar algunos.
La huella petrolera, el rastro de polución y su evidencia negativa incluyen un listado de más de 200 diferentes elementos muy dañinos y peligrosos, sea mediante emisiones a la atmosfera, gases, chimeneas, residuos, vertederos, derrames y filtraciones.
Lo que alguna vez fueron selvas, bosques, áreas protegidas, lagunas, ríos y zonas de pesca productiva, atractivos turísticos, lugares verdaderamente paradisiacos hoy son paramos desiertos, ennegrecidos, mares con ese olor fétido, intenso, pesado a mezcla de químicos y devastación.
Campamentos, estructuras, almacenes, maquinaría abandonados; caminos abiertos que arrasaron con todo, toneladas de basura, plataformas y tuberías con fugas; depósitos de agua llenos de crudo en los que flotan los restos de animales, mamíferos, reptiles, peces y aves son parte de las presentaciones de los grupos activistas, también documentadas por diversas agencias internacionales, medios de comunicación, investigadores, universidades y los pobladores locales.
Las quejas se acumulan reportando acuíferos contaminados con metales pesados (plomo, cadmio, arsénico); emisiones de gases peligrosos (amoniaco, metales pesados, sulfuros, fenoles) y filtraciones a los subsuelos que causan problemas respiratorios (como asma, tos, dolor de pecho, asfixia y bronquitis), irritaciones de la piel, náuseas, problemas oculares, dolores de cabeza, defectos de nacimiento, padecimientos estomacales, leucemia y diferentes tipos de cáncer.
Más allá de la urgente intervención que es necesaria para atender estos problemas, el esfuerzo que debe realizarse requiere de programa innovador, diferente y que haga uso de las innovaciones tecnológicas de punta para paliarlo.
El asunto es muy complejo, si bien se genera una derrama económica impresionante con empleo y actividad plena, una vez que decaen solo quedan las secuelas, lo que antes fueron poblados boyantes hoy van en declive padeciendo los efectos negativos, sin recursos y con enormes problemas de salud, improductividad y daño ecológico irreparable.
El gran reto es desarrollar un modelo sustentable de creación, utilización y sustitución con energías limpias, dando paso al control regulativo de los procesos para conservar el medio ambiente. Los pozos y plataformas se extinguirán y solo quedarán sus desechos, habrán rendido, pero seguirán ahí cientos de años contaminando.
Actualmente, existen muchas tecnologías de bajo costo que permiten evitar los efectos negativos de la producción petrolera y que son cruciales para generar incluso mayores recursos, más seguridad y, sobre todo, crear un nuevo modelo de gestión gubernamental y políticas públicas innovador y de primer mundo.
No solamente los activistas sino científicos, investigadores, emprendedores y empresarios que han puesto su experiencia, conocimiento y talento al servicio de un desarrollo sustentable y armonioso dispuestos a ser parte del proceso y comparten el interés por hacer mejor las cosas, han desarrollado incluso métodos e innovaciones para evitar o minimizar los daños, hace falta impulsarlos, apoyarlos.
Casos ejemplares disruptivos son notables en tecnologías y procesos de conversión y asimilación de sustancias nocivas, reciclaje, ultrafiltración, remoción y tratamiento de hidrocarburos que pueden evitar la dispersión de componentes indeseables y contaminantes en la atmósfera, cuerpos de agua y suelos.
Miles de hectáreas pueden ser recuperadas si se consideran proyectos de biorremediación que llevan permitan limpiar y reconstituir tanto cuerpos de agua como la tierra, recuperar su productividad y reestablecer el equilibrio ambiental para evitar que las secuelas se extiendan y el deterioro sea mucho mayor, a la larga resulta mejor inversión que condenarlas al abandono permanente.
Nadie se opone al crecimiento e inversión, a los empleos y a los beneficios económicos, pero es el tiempo de cambiar la cultura y la mentalidad, no se trata de pasarle la factura a otras generaciones, de contaminar, destruir, arrasar, acabar con especies y dejar un mundo inerte, estéril y contaminado.
El futuro quiere y necesita aire, agua y tierra limpias; nuevas tecnologías, energía renovable, un crecimiento ordenado, consiente, responsable y sustentable.
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