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Hace 75 años México asumió con valentía una decisión histórica que sentó las bases para posicionarlo como líder en América Latina. El ex presidente Lázaro Cárdenas tuvo la visión y las condiciones internacionales para nacionalizar la industria petrolera, pero sobre todo contó con el apoyo, el trabajo y la unión del pueblo mexicano.
Durante casi cuatro décadas, compañías extranjeras –estadunidenses y británicas, en su mayoría– exprimieron una parte de los campos petroleros mexicanos hasta casi agotarlos, obteniendo ganancias tan cuantiosas que colocó a un empresario estadunidense entre los hombres más ricos del mundo. Por supuesto, los mexicanos estuvimos al margen de los beneficios de ese primer auge petrolero.
En un clima de inestabilidad política, de escaso desarrollo industrial y un feroz bloqueo económico internacional, como represalia a la expropiación, fue una tarea titánica sacar adelante a la industria petrolera y la economía nacional.
¡Cómo no recordar con emoción esa parte de nuestra historia! Pero hoy nos enfrentamos a nuevos desafíos y con la enorme necesidad de sacar a la industria petrolera –y la energética en general– en el pantano en el que está cayendo.
El presidente Enrique Peña Nieto advirtió que de continuar las tendencias actuales de producción y consumo, para el año 2020, México podría convertirse en un país estructuralmente deficitario en energía. Es un escenario grave, admitió.
Hay que aprender las lecciones del pasado. Tras la expropiación petrolera, los mexicanos pudieron beneficiarse de su petróleo, pero la política energética no varió mucho de la que aplicaban las empresas extranjeras.
Se siguió realizando una extracción intensiva de los campos petroleros, que no ha sido pareja con la inversión para la exploración de nuevos yacimiento o tecnologías alternas. Tampoco se apostó a la diversificación de la industria, ni se desarrolló suficientemente la refinación y la petroquímica.
Actualmente, el liderazgo de México en Latinoamérica está en entredicho y desde hace mucho tiempo enfrenta insuficiencia de petrolíferos, teniendo que recurrir a las importaciones.
Ante este panorama, a México le urge reorientar por completo la política energética. Uno de los temas más espinosos en este debate es la inversión privada. Los temores de que nuestra riqueza petrolera caiga en manos extranjeras son justificados, de acuerdo con los acontecimientos del siglo pasado.
Pero hoy no son los mismos tiempos de Porfirio Díaz. Hoy las decisiones que confieren al país no se toman de manera unipersonal. Habría que revisar un esquema de inversión privada, que no comprometa la soberanía nacional sobre la industria petrolera.
Habría que arriesgarnos, como lo hizo Brasil que arriesgó y ganó. ¿Nos arriesgamos? ¿Usted qué opina?