Descargue este artículo en PDF
Pese a que la producción de biocombustibles ha adquirido gran relevancia a nivel internacional, su desarrollo en México es incierto debido a la diversidad de puntos de vista respecto a su desarrollo, expresó el doctor Rodolfo Quintero Ramírez, coordinador de la licenciatura en Ingeniería Biológica de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
El ex director de la División de Ciencias Naturales de Ingeniería de la Unidad Cuajimalpa expresó que para impulsar su utilización en el país debiera haber cambios sustanciales en las políticas del sector agrícola y lograr una verdadera conjunción de intereses entre ese sector y el energético.
Quintero Ramírez, quien desarrolló junto con otros investigadores de la UAM el proyecto La biomasa recursos sustentable esencial: el caso de la producción de etanol, expuso que actualmente enfoca su trabajo de investigación en la posibilidad de obtener etanol a partir de recursos lignocelulósicos (biomasa) que se consigue de aquella parte de las plantas que no son factibles para el consumo humano o animal como el bagazo de caña, troncos de árboles y rastrojo de maíz.
La investigación en esta materia es relevante porque además de etanol podrían obtenerse alrededor de 200 productos como bioplásticos, aminoácidos alimenticios, levadura para la alimentación humana y animal, así como diferentes tipos de ácidos y alcoholes mediante procedimientos de tipo biológico, por lo que se trataría de una producción “más amigable con el medio ambiente”.
El doctor Quintero Ramírez advirtió que producir biocombustibles en el país implica un problema “complejo” porque hay sectores que están en favor y otros en contra.
Por ejemplo, mientras los productores de automóviles se manifiestan en favor, ya que si se usa etanol en las gasolinas esto garantiza una mayor durabilidad de los motores, Petróleos Mexicanos (pemex) no está “tan en favor” porque las gasolinas ya no se obtendrían sólo del petróleo, sino de la agricultura y, por tanto, perdería el control de los precios de las mismas.
Por otro lado al ramo agrícola le interesaría como una forma de volver a hacer crecer al sector, en tanto que la Secretaría de Medio Ambiente no dice que sí ni que no porque finalmente va a generar una parte de CO2.
El investigador no descartó la posibilidad de impulsar la producción de biocombustibles “pero las oportunidades de que suceda son pocas” precisamente por la diversidad de puntos de vista. A pesar de ello, dijo, es un problema técnicamente “no resuelto en el mundo” al que la Universidad debe entrar, porque “lo que sí sabemos es que el petróleo barato se está agotando” y es necesario pensar “qué hacer para sustituirlo”.
De ahí la importancia de utilizar la biomasa no alimentaria y de obtener productos similares a los que hoy se obtienen con el petróleo, puntualizó.
Por otra parte, en su trabajo Análisis Crítico del Futuro de los Biocombustibles en México, el doctor Quintero Ramírez señala que los biocombustibles se consideran como una opción sustentable para sustituir parcialmente a los energéticos líquidos tradicionales (gasolina, diesel, turbosina), ya que el análisis del ciclo de vida arroja que las emisiones de CO2 se reducirían entre un 20-90 por ciento, dependiendo de la materia prima que se utilice.
En dicho trabajo se advierte que si México pretendiese la elaboración de biocombustibles se encontraría con el problema de la carencia de materia prima disponible en cantidad y precio para hacerlo.
El fracaso del plan de producción de etanol para las tres zonas metropolitanas más grandes del país, lanzado en 2008 por la Secretaría de Energía, la Secretaría de Agricultura Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación y la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, se debió en gran medida a la posición asumida por Pemex, ya que nunca manifestó un claro y decidido apoyo al proyecto, y a que el precio del azúcar en el mercado internacional es mucho menor al nacional y por tanto resultó inviable su producción industrial.
Al revisar el estado de la obtención de caña de azúcar en más de 13 años, se observa que la industria está estancada, lo que significa que la biomasa alimentaria (azúcar) para etanol prácticamente no existe y su potencial de crecimiento es muy pequeño o inexistente.
Para el biodiesel la situación es bastante más compleja y difícil, ya que se importa más de 60 por ciento del consumo de oleaginosas (aceite) y existe en el mercado internacional una tendencia al alza en sus precios.
También se comenta que en 2008 el Instituto Nacional de Ecología encargó a la Unidad Cuajimalpa estimar el potencial nacional de la producción de etanol celulósico y para ello se decidió hacer una evaluación de los recursos lignocelulósicos disponibles.
De acuerdo con la metodología seguida, en lugar de escoger cultivos específicos y suponer superficies potencialmente cultivables, se decidió hacer un levantamiento estado por estado de los principales cultivos y considerar sólo la biomasa que no tiene un uso aparente tanto en agricultura como en el sector pecuario o industrial.
Se encontró que la cantidad de biomasa que podría ser destinada para la obtención de etanol es pequeña. Sólo en 12 entidades se tiene disponible más de 5 millones de toneladas y que el total anual es de sólo un poco más de 135 millones de toneladas, con lo cual sólo se podrían obtener alrededor de 100 millones de litros de etanol por año, cantidad que es pequeña considerando el consumo actual.
Otro problema que se detectó en dicha investigación es que la biomasa está dispersa en una gran superficie y que su acopio y almacenaje sin duda representa un reto de enorme magnitud y riesgo, además de que significaría un incremento considerable en los precios de la materia prima.
Las estimaciones realizadas permiten concluir que el potencial para etanol de segunda generación es pequeño y muy probablemente no resulte ni económica ni logísticamente viable en el mediano plazo.