Durante 2022, México enfrentó retos desafiantes que pusieron de manifiesto la necesidad de acelerar la transición energética; desde mi punto de vista, los cambios regulatorios relacionados al sistema y el mercado eléctrico nacional, la compra total de la primera refinería fuera del país, el incremento mundial en los precios del gas natural, la nacionalización del litio y el cambio estratégico de la Secretaría de Energía hacia la independencia energética, los más determinantes.
Creo que el segundo trimestre del año pasado fue el parteaguas que marcó el rumbo del sector energético, especialmente porque se desechó la contrarreforma que pretendía fortalecer a la CFE. Además, el mercado eléctrico mayorista obtuvo la victoria y con ello la posibilidad de continuar operando con normalidad.
Es necesario decirlo: aún se ve lejana la promesa de generar el 35% de la demanda energética a través de fuentes limpias para el 2024. El Programa de Desarrollo del Sistema Eléctrico Nacional 2022-2036, que publicó la Secretaría de Energía en junio de 2022, ha sido señalado como incongruente por no invertir lo suficiente en energías renovables. Pero al final, el tiempo será el mejor juez.
La realidad es que México, al igual que otros países, ha apostado por una estrategia hacia la soberanía energética. La (acertada) compra de la refinería Deer Park, con la intención de disminuir la dependencia a las importaciones de combustible, es claro ejemplo de esta tendencia.
Me parece que 2023 es la gran oportunidad para México, de apostar por recursos estratégicos de alta eficiencia energética que, además de alinearse con los objetivos de la política nacional, permitan la sustitución de combustibles fósiles. En este sentido, también conviene tener presente que 2023 es y será otro año marcado por el conflicto en Ucrania, la volatilidad de los mercados energéticos y el incremento en la demanda de recursos cómo el litio y el hidrógeno verde.
En mi opinión, la transición sólo será posible si se hace de forma justa e inclusiva. México requiere autonomía energética y ser competitivo en toda su cadena de valor con una política integral en la materia. Apostar por recursos estratégicos para la transición hacia energías limpias, como el litio y el hidrógeno verde, brinda un enfoque equitativo, pues considera la redistribución de beneficios entre países, la disminución de brechas socioeconómicas, la protección del medio ambiente y el posicionamiento geopolítico de México.
Perspectiva para el litio
Creo que la mesa está servida y el escenario es ideal, en tiempo y forma, para que se produzcan los primeros gramos de hidrógeno verde mexicano durante el primer semestre del año. No tengo duda que, la apuesta por este elemento por parte de la CFE y CEMEX, y la ‘Taxonomía Sostenible de México’ que la Secretaría de Hacienda presentó durante la Convención Bancaria 2023, promoverán inversión sostenible en actividades económicas (incluido el sector energético).
México tiene condiciones privilegiadas (geográficas y climáticas) para producir hidrógeno verde y litio; este último es clave para el desarrollo de energía industrial eficiente. Ojo, actualmente México no produce litio, pero 2023 será clave para sentar las bases regulatorias y normativas que fomenten su producción adecuada para la diversificación de recursos energéticos alternos.
La próxima crisis del gas natural
Como sabemos, la CFE depende principalmente del gas natural para producir energía eléctrica a través de un ciclo combinado. La mala noticia es que México seguirá siendo durante 2023, aunque en menor cantidad, importador neto de gas natural proveniente en su mayoría de Estados Unidos, ya que la producción nacional de este hidrocarburo no es suficiente para satisfacer la demanda del combustible. Derivado de ello, creo que los dos principales retos para este año seguirán siendo: la variación en los precios del combustible a nivel global y el bajo crecimiento de producción nacional para satisfacer la demanda doméstica.
¡Urge hacer una apuesta más grande por el gas natural! Es menos dañino para el medio ambiente y resulta altamente atractivo para los gobiernos que buscan reducir emisiones de gases de efecto invernadero, debido a que emana la mitad del dióxido de carbono con relación al carbón, y una tercera parte de lo que genera el petróleo. La demanda será, evidentemente, cada vez mayor.
Lo que fue el petróleo para el siglo XX, es y será el gas natural para el siglo XXI. ¿Podrá México ser protagonista?
Nota del editor: Karen Gabriela Liñán Segura es una investigadora en Economía y Políticas Públicas, experta en temas energéticos. Es Licenciada en Negocios por el Tec de Monterrey campus Puebla, Maestra en Medio Ambiente y Desarrollo por la Universidad de Sussex, y candidata a Doctora en Ciencias Políticas por la Universidad Corvinus de Budapest. Fue asistente del Área de Asuntos Económicos en la Embajada de México en Londres, Investigadora del Departamento de Economía en el Institute of World Economy y Miembro de la Mesa Directiva Latin American Leaders Awards que otorga The Global School. Síguela en Twitter. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.